Variaciones sobre un mismo rostro II, 2020-2023
Como una interrogante hiriente en las certezas de los lugares comunes, la obra de esta serie se inserta en la tradición crítica de la obviedad sobre el ser. La ingenuidad - anhelada ingenuidad por aquellas almas atormentadas por la perpetua especulación - de creer (como acto religioso) que podemos reconocer a cualquier entidad o a nosotros mismos a través del rasgo más obvio, el rostro, ha sido objeto de la duda desde la más recóndita antigüedad.
Expresada en los mitos grecolatinos, los manuscritos orientales, la narrativa mesoamericana, las tradiciones del África y de la Polinesia, la obra de Kundera, Freud o Robert L. Stevenson, la poesía de Agnes Ribeiro o los laberintos borgianos, la idea de lo siniestro como la identidad esencial de la humanidad y los dioses que ha creado, han pretendido mostrarnos una verdad ineludible: nuestro rostro es el mayor de todos los engaños.
En tiempos donde la falsedad de las “inteligencias” artificiales, las fotografías editadas o las verdades necias y falaces de la información global han establecido su reinado, vale la pena preguntarse si no todas y todos somos parte de una gran mentira - si es que acaso los retratos, el cinematógrafo, las máscaras usadas en los carnavales populares o anfiteatros clásicos, no fueron los monarcas de la gran mentira de sus propios tiempos -. Tal vez, entonces, tengamos que reconocer que la humanidad tiende a un culto al engaño y en este vórtice de embustes que nos arrastra desde los inicios de la historia misma, nos es necesario un planteamiento artístico que responde con un contundente no a la pregunta ¿somos nuestro rostro?

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